Alimentos Nuevos: por qué 8 de cada 10 niños rechazan la incorporación

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La incorporación de nuevos alimentos en la dieta de los niños puede ser un desafío para muchos padres y cuidadores. De acuerdo con diversos estudios, 8 de cada 10 niños rechazan la introducción de nuevos alimentos en su dieta. Este fenómeno no solo genera frustración en las familias, sino que también plantea interrogantes sobre las razones que subyacen detrás de este comportamiento. Para entender mejor esta resistencia, es importante examinar diversos factores biológicos, psicológicos y culturales que influyen en la aceptación o el rechazo de nuevos alimentos en la infancia.

PORQUE A LOS NIÑOS LE CUESTAN INCORPORAR ALIMENTOS NUEVOS

Uno de los principales factores biológicos que explica por qué muchos niños rechazan nuevos alimentos es la neofobia alimentaria, que es el miedo o la desconfianza hacia alimentos desconocidos. Esta respuesta puede tener una raíz evolutiva. En tiempos antiguos, cuando los seres humanos vivían en entornos naturales y sin la seguridad de los alimentos modernos, la neofobia ayudaba a evitar la ingestión de sustancias potencialmente peligrosas. Para los niños pequeños, que son más vulnerables a toxinas y enfermedades, el rechazo inicial a nuevos alimentos servía como un mecanismo de autoprotección. Aunque hoy en día los alimentos no representan los mismos riesgos que en el pasado, esta predisposición biológica sigue presente en muchos niños.

Además, la preferencia innata de los niños por sabores dulces y la aversión a los sabores amargos o ácidos también puede contribuir a este rechazo. Durante los primeros años de vida, los niños desarrollan un sentido del gusto que favorece el dulce porque, en el pasado, esto indicaba que el alimento era una fuente segura de energía. Por otro lado, muchos alimentos saludables como las verduras tienen un sabor más amargo o fuerte, lo que puede llevar a los niños a rechazarlos inicialmente.

Otro factor clave que influye en la aceptación o rechazo de nuevos alimentos es el número de veces que se exponen los niños a estos alimentos. Los estudios han demostrado que es necesario ofrecer un alimento nuevo entre 8 y 15 veces para que un niño lo acepte completamente. Sin embargo, muchos padres tienden a darse por vencidos después de solo unas pocas intentos, lo que contribuye a que el niño nunca desarrolle una aceptación hacia ese alimento en particular. La persistencia y la paciencia son claves en este proceso. Cada vez que el niño se expone a un nuevo alimento, su familiaridad con el mismo aumenta, lo que reduce gradualmente su rechazo.

Además, la forma en que se presentan estos alimentos es crucial. Si un alimento nuevo se introduce de manera amigable, visualmente atractiva y en pequeñas cantidades, es más probable que el niño esté dispuesto a probarlo. Por otro lado, la presión o la insistencia excesiva para que el niño lo coma puede tener el efecto contrario, generando aversión en lugar de aceptación.

El entorno familiar y los hábitos alimenticios en el hogar juegan un papel fundamental en la incorporación de nuevos alimentos. Si los padres o hermanos mayores demuestran rechazo hacia ciertos alimentos, es probable que el niño también los rechace. Los niños aprenden observando y, en muchos casos, replican las conductas alimenticias de las personas que los rodean. Por eso, es esencial que los adultos sean modelos positivos a la hora de probar y consumir una variedad de alimentos saludables.

Además, los niños que crecen en hogares donde se promueve una dieta diversa y equilibrada desde temprana edad tienen menos probabilidades de desarrollar neofobia alimentaria. Los padres que incluyen diferentes tipos de alimentos en la dieta familiar, que permiten que los niños participen en la preparación de los alimentos y que les brindan la libertad de experimentar con diferentes texturas y sabores, fomentan una actitud más abierta hacia los alimentos.

Por otro lado, el ambiente en el que se consumen los alimentos también es relevante. Si el momento de la comida es relajado y libre de tensiones, es más probable que el niño se sienta cómodo probando nuevos alimentos. Sin embargo, si el ambiente es estresante o el niño se siente obligado a comer, puede crear una asociación negativa con la comida, lo que refuerza su rechazo.

Las primeras experiencias que los niños tienen con la comida también juegan un papel importante en su aceptación o rechazo de nuevos alimentos. Los niños que han tenido una introducción tardía a alimentos sólidos o que han sido alimentados de manera muy restrictiva en sus primeros años de vida pueden desarrollar una mayor resistencia a probar nuevos alimentos más adelante. Esto se debe a que, al no haber sido expuestos a una variedad de alimentos en su etapa más temprana, se sienten más inseguros o incómodos cuando se les presenta algo desconocido.

Por otro lado, los niños que han experimentado texturas, colores y sabores variados desde los primeros años suelen ser más abiertos a probar nuevos alimentos. Las investigaciones sugieren que los bebés que son introducidos a una amplia gama de alimentos en la etapa de ablactación (introducción de alimentos sólidos) tienden a tener menos neofobia alimentaria en el futuro.

Los medios de comunicación y la cultura también tienen un impacto significativo en la relación que los niños desarrollan con los alimentos. Los anuncios de alimentos, especialmente de comida rápida y productos ultraprocesados, pueden influir en las preferencias alimentarias de los niños desde una edad temprana. Estos productos, generalmente altos en azúcar, grasas y sodio, son presentados de manera atractiva, lo que puede generar una mayor preferencia por estos alimentos y un rechazo hacia otros más saludables.

Además, las costumbres culturales y familiares también influyen en la aceptación o rechazo de nuevos alimentos. En algunas culturas, la introducción de alimentos nuevos o desconocidos es parte integral de la experiencia alimentaria, mientras que en otras puede haber una tendencia a mantener una dieta más conservadora y limitada. Esta exposición cultural temprana puede afectar la disposición de un niño a probar cosas nuevas.

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